Todos estaban horrorizados. Cuando pensaban que Nataniel se había conformado con que unas pocas naciones débiles cedieran ante él, hizo lo inesperado. No solo no aceptó los asientos que le ofrecieron esos líderes, sino que le exigió a Nicandro que cediera su asiento.
«Este tipo se humilla solo. ¡Es hora de un buen espectáculo!». Una sonrisa de suficiencia se dibujó en el rostro de Salvino.
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