Yurem descansaba en la sala después de que el médico y las enfermeras trataran su herida. Nataniel no tardó en llegar con Helga, Franco y César.
El rostro de Yurem carecía de expresión, tenía la mirada perdida en el techo, como si estuviera en estado vegetativo. Nataniel se sentó con tranquilidad en una silla y encendió un cigarrillo que le habían regalado los militares.
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