En la base militar secreta, la ceremonia de entrega de premios estaba en curso. En el campo de entrenamiento, veinte mil soldados con equipo de combate completo estaban de pie en filas ordenadas. Junto a ellos había tanques, autos blindados y otros vehículos de combate. En los hangares cercanos, estaban estacionados varios helicópteros militares y aviones de combate.
En ese momento, todos esos soldados observaban con entusiasmo los procedimientos en el escenario. La razón de su incesante atención era Nataniel Cruz. Al fin y al cabo, no todos los días aparecía ante sus ojos el mismísimo General del Ejército del Norte, alias el Ares del Norte. Era el ídolo de muchos soldados y todos se asombraron al verlo asistir a la ceremonia. El hombre demostraba admiración y respeto al entregarles las insignias a los tenientes coroneles.
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