Capítulo 1 Ares del Norte
Toda la Ciudad Fortaleza estaba en alerta máxima.
Un avión militar aterrizaba en el aeropuerto internacional de Ciudad Fortaleza. Cientos de soldados de las fuerzas especiales se alinearon formando filas ordenadas en el aeropuerto. Todos los soldados vestían el equipo de combate completo y ninguno de ellos podía apartar sus ojos aduladores del avión que acababa de aterrizar. En el aire se respiraba una sensación de expectación.
Nataniel Cruz bajó las escaleras del avión después de salir. Sus botas negras de combate crujían a cada paso que daba.
—¡Atención!
—Saludar, ¡ya!
La voz estridente del oficial atravesó el aire con una nota de autoridad y disciplina. La tropa levantó su mano derecha al unísono para dar su saludo mientras lo recibían de forma organizada:
—¡Bienvenido a Ciudad Fortaleza, Señor!
Era su general, cuyo nombre real era Nataniel Cruz, aunque les gustaba referirse a él como «Ares del Norte». Esto se debía a que nunca había perdido una batalla en su distinguida carrera militar, desde el día en que se incorporó al ejército siendo un jovencito. Su historial de los últimos cinco años había sido asombroso, ya que había conducido a las tropas a varias victorias importantes en el norte. Había defendido en repetidas ocasiones las fronteras de los enemigos invasores. La paz y la prosperidad de las que el país disfrutaba en la actualidad se debían a su genio táctico y a su astucia estratégica.
El alto y musculoso físico de Nataniel Cruz lo hacían un hombre atractivo. Sus brillantes ojos destellaban como diamantes bajo la deslumbrante luz del sol. Sin embargo, parecía un poco disgustado. Frunció el ceño y murmuró a César Díaz, capitán de la Guardia Nacional:
—¿No te dije que pasaras desapercibido?
—Eso es lo que les he dicho a las autoridades de Ciudad Fortaleza, Señor. Nunca esperé que hicieran tanto alboroto al respecto —respondió César avergonzado.
—Envía a las tropas de vuelta y ordénales que levanten el estado de alerta roja, volviendo todo a su curso habitual. También aplica para ti, no necesito que me sigas. Tengo mis propios asuntos.
—¡Sí, señor! —César Díaz dio una palmada y saludó.
Nataniel Cruz salió del aeropuerto por su cuenta, solo lo acompañaba por una repentina miríada de extrañas emociones que le estrujaban el corazón, lo que suponía una enorme diferencia con su habitual comportamiento tranquilo.
Cinco años atrás, el dolor del fallecimiento de su madre lo había sumido en una borrachera que lo dejó durmiendo en la calle. Una mujer de buen corazón se apiadó de él y trató de echarle una mano. Pero sus deseos, excitados por la embriaguez, se apoderaron de él y la obligó a tener relaciones sexuales con él. Cuando se despertó, la mujer se había marchado.
Fueron cinco años agotadores para Nataniel, ya que agotó todas las posibilidades de encontrar a la mujer. Desgraciadamente, todos sus esfuerzos fueron en vano. Hasta hacía poco, no había conseguido la información que buscaba. Sus fuentes le informaron de que se llamaba Penélope Sosa y que aún no estaba casada. Había dado a luz a una hija, Reyna Sosa, como resultado de su aventura de una noche. Le dolía pensar en la espantosa vida que ambas habían tenido que afrontar en los últimos años.
«Penélope, Reyna, sé que debe haber sido duro para ambas. Ya que sé de ustedes, les aseguro que a partir de ahora solo habrá alegría y felicidad en sus vidas, juró solemnemente. Les daré las maravillosas vidas que ambas se merecen».
...
En la sala de juntas de Diva Ltd., Penélope Sosa estaba en medio de una discusión con su cliente, Darío Alcázar. Penélope iba vestida con un elegante traje y tenía un porte de negocios, pero era impresionantemente atractiva.
Sin embargo, su rostro estaba lleno de rabia mientras miraba al hombre gordo y rollizo que tenía delante.
—Lo siento, señor Alcázar, pero no puedo atender su petición. No soy de las que se entregan solo por un contrato —lo rechazó indignada. Dicho esto, se levantó y se dio la vuelta para abandonar la sala de juntas, pero Darío Alcázar extendió sus flácidos brazos para impedir que saliera.
—No se enfade, Señorita Sosa. —Sus labios se ensancharon en una sonrisa nauseabunda, como la de un lobo hambriento que enseña los colmillos—. Lo único que le pido es que se ponga el último diseño de su empresa, el de lencería para parejas, así podré hacerme una mejor idea de cómo quedan en el cuerpo de una. —Con una mirada lasciva, trató de persuadirla—: Solo será un pequeño festín para mis ojos, es todo lo que pido. ¿Por qué no los modela para mí? Haré un pedido de cincuenta millones inmediatamente si me gusta lo que veo. Esa es mi postura, lo toma o lo deja. Y para rematar, le daré una gran propina de un millón también. ¿Qué le parece?
—¡Por favor, deje de acosarme y muéstreme algo de respeto, Sr. Alcázar!
—¿Respeto para usted? —Darío Alcázar lo gritó a pleno pulmón.
—¿Quién respetaría a alguien como usted después de haber descubierto su sucio pasado, la querida hija de la Familia Sosa? Todos los miembros de la clase alta de Ciudad Fortaleza cubrirían su boca y se reirían ante este secreto a voces. ¡Deje de fingir que es una mujer virgen, pura e inocente frente a mí!
Un escalofrío recorrió la espalda de Penélope. Su rostro palideció de inmediato cuando él sacó a relucir aquel feo incidente. Eso sería el fantasma que la perseguiría durante el resto de su vida, una vergüenza perpetua que asolaría para siempre la reputación de la Familia Sosa. La sola mención de ese hecho era una tortura para ella. Nunca había esperado que Darío lo utilizara para pisotear su dignidad.
—No tengo ninguna necesidad de explicarle mi vida personal. —Su bello rostro se tornó gélido—. Además, he decidido suspender nuestra colaboración empresarial con usted. No hay nada más que discutir, ¡adiós!
Con los ojos clavados en el seductor cuerpo de Penélope, Darío se negó a ceder. Dirigió sus ojos hacia las muestras de lencería que había sobre la mesa y amenazó:
—Ninguna mujer puede escapar de mí una vez que tengo mis ojos puestos en ella, Señorita Sosa. No me culpe por ponerme rudo si insiste en desafiarme. —Sus palabras aún resonaban en sus oídos, Penélope se vio acorralada al instante por dos guardaespaldas con sonrisas retorcidas en sus rostros.
—¿Qué estás intentando hacer? —Penélope se puso inmediatamente en alerta. Su voz estaba llena de rabia y miedo.
—Solo intento divertirme con usted, Señorita Sosa. ¿No sabe lo mucho que la adoro? —Darío Alcázar esbozó su odiosa y lasciva sonrisa—. Sin embargo, como eres una mujer tan tonta y obstinada, me temo que tendré que recurrir a medios físicos para someterte a mis exigencias.
Una punzada de horror recorrió a Penélope cuando él pronunció esas palabras, lo que hizo que su mejilla se estremeciera de miedo. De forma brusca, se lanzó hacia la puerta en un intento de escapar. Los dos guardaespaldas la sostuvieron por las muñecas y la retuvieron.
—¡Ayuda! Que alguien me ayude, por favor —Penélope gritó a todo pulmón.
—Ja, ja, ja, ahorra tu aliento, querida. Elegí esta hora para nuestra reunión ya que todo tu personal se fue a casa. —Darío Alcázar esbozó una sonrisa grotesca—. Puedes gritar todo lo que quieras, nadie vendrá a salvarte.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Penélope mientras se sumía en la desesperación, sintiéndose como un animal atrapado. Nunca había esperado que Darío fuera un monstruo tan despiadado.
—Oh, cariño, ¿por qué lloras? Papá está aquí... —Darío se acercó a ella con una mueca en su repugnante rostro, al tiempo que la rodeaba con sus brazos, pues había sido inmovilizada por sus guardaespaldas.
¡Bang! Un gran estruendo resonó en la sala.
La puerta de la sala de juntas se abrió con tal fuerza que salió volando de su bisagra y aterrizó con un golpe justo debajo de las narices de Darío Alcázar y sus hombres, causándoles conmoción y dejándolos con la boca abierta.
Un hombre entró en la habitación. Su fuerte y delgado cuerpo parecía tan en forma como el de un atleta profesional, mientras que su aspecto exquisito parecía ser lo suficientemente bueno como para adornar la portada de las revistas. Se trataba de Nataniel Cruz.
Penélope se sobresaltó en cuanto vio a Nataniel.
«¡Es él!».
Había contenido sus lágrimas incluso cuando Darío estuvo a punto de abusar de ella, pero la visión de Nataniel hizo que sus lágrimas brotaran y corrieran como riachuelos por sus mejillas. Un dolor agudo punzó el corazón de Nataniel al ver a Penélope llorar como un bebé, lo que derritió las capas de hielo en su interior. Cinco años atrás, ella lo había salvado en un encuentro fortuito. Sin embargo, en su estado de embriaguez, la había tomado por la fuerza y había tenido relaciones sexuales con ella sin su consentimiento. Durante los últimos cinco años, Nataniel no había dejado de buscarla. Su rostro llenaba sus sueños cada noche; era sin duda la mujer más inolvidable que había conocido. Ahora que se encontraban de nuevo, la inexplicable mirada de sus ojos decía mil palabras.
La voz de Darío Alcázar les devolvió a los dos la razón.
—¿Quién demonios eres tú? —Sus ojos estaban entrecerrados y llenos de amenaza mientras evaluaba a Nataniel, quien estaba vestido de civil.
—¡Ven conmigo! —Nataniel le hizo una seña a Penélope con la mirada fija en ella. No respondió a la pregunta de Darío, ni le dedicó una mirada.
Penélope sacudió la cabeza con fervor. Sus lágrimas caían como cascadas. Este era el hombre que la violó cinco años atrás y le trajo vergüenza a su familia mientras la convertía en el hazmerreír de toda la Ciudad Fortaleza. Su propia resistencia la sorprendió, sobrevivió a la mordaz diatriba de burlas e insultos que los demás le lanzaron. Sin embargo, el mismo hombre que ahora estaba frente a ella no había mostrado la más mínima compasión ante su situación. La primera frase que había pronunciado era una orden condescendiente para que se fuera con él. «¿Por quién me tomas, crees que soy una esclava?».
Darío Alcázar había estado muy cerca de ponerle las manos encima a Penélope, pero la repentina aparición de Nataniel frustró su gran plan. Sus ojos se abrieron de par en par mientras su flácida barbilla temblaba de rabia al oír que Nataniel iba a llevársela con él.
—¡Cómo te atreves a meterte en mis asuntos, estúpido! —gruñó—. ¡Camilo, Lucas, rómpanle las piernas y asegúrense de que nunca más pueda caminar!
—¡Sí, jefe!
Los dos imponentes guardaespaldas extendieron sus brazos y se abalanzaron sobre Nataniel Cruz.
¡Zas!¡Tras!
Nataniel les dio dos patadas firmes y los mandó a volar hacia atrás e hizo que aterrizaran de forma pesada en el suelo. La fuerza les había roto las costillas y les dejó dos enormes hendiduras en el pecho. Ambos cayeron inconscientes.
Tras encargarse de los dos guardaespaldas, Nataniel se dirigió hacia Alcázar con su fría mirada asesina.
—¿Cómo te atreves? ¿Qué crees que estás haciendo? —Darío trató de poner un frente valiente, aunque sabía que había sido completamente dominado por Nataniel—. ¿No sabes quién soy? Soy Darío Alcázar, el jefe de Grupo Mingida. Nadie en toda Ciudad Fortaleza se atreve a tocarme, sabiendo que les daré una paliza como me toquen un cabello.
Nataniel se colocó directamente frente a él con una mirada desinteresada.
—¿Ya terminaste de decir estupideces?
Su respuesta asombró a Darío Alcázar, quien tenía la impresión de que todo el mundo huiría con miedo al oír su nombre. Pero este tipo parecía impermeable a su amenaza. Sin pensarlo, Nataniel levantó la pierna y con una fuerza brutal pisó la pierna izquierda de Darío Alcázar.
¡Crac! Fue el sonido de su hueso fracturado.
Nataniel había roto el peroné izquierdo de Darío, lo que lo hizo rodar y retorcerse de dolor en el suelo, lamentándose como una bestia.
Con una mirada despreocupada, Nataniel se dio la vuelta y se dirigió hacia Penélope, quien lo observaba con ojos grandes como platos.
—¿Vienes conmigo? —Su tono se había suavizado.
—¡De ninguna manera! —Ella se mordió el labio con decisión; era imposible perdonar a un monstruo como él que había arruinado por completo su vida.
—Te he buscado por todas partes desde que te conocí hace cinco años. No volveré a perderte de vista —habiendo dicho esto, la tomó entre sus brazos y salió de la habitación.