Al fondo de su tropa, Apocalipsis estaba de pie con los brazos cruzados. Había imaginado que el asesinato de Nataniel iría tan bien como lo hizo con Ciriaco Lucano, pero ni en sus sueños más salvajes había imaginado que las cosas se pusieran difíciles.
El angustioso enfrentamiento en el que se encontraba también le había pasado factura en lo mental, pues había llevado a todos los combatientes de los Soldados del Diablo, los doscientos. En Brimmopolis había normas estrictas sobre el uso de armas que los Soldados del Diablo no se atrevían a infringir, ni siquiera con David Córdova respaldándolos. Sin embargo, Apocalipsis sabía que tenían que conseguir armas más potentes.
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