Los miembros de las fuerzas policiacas entraron en acción a la orden de Isaac. Algunos de los hombres de Tirso intentaron resistirse, pero un buen golpe con la empuñadura de una pistola los acobardó. Les pusieron las esposas en las muñecas y se los llevaron a rastras y en unos instantes, todos habían sido capturados, incluido el propio Tirso. Enormes gotas de sudor caían por el pálido rostro de este, ya que nunca habría esperado que la policía de Ciudad Fortaleza lo arrestara aún después de conocer su identidad.
—¡Tienes valor! El último jefe de policía que intentó arrestarme, Demetrio Zarza, fue obligado a jubilarse antes de tiempo y fue enviado de vuelta a su casa en el campo. A ti te espera el mismo destino; ¡ya verás! —le dijo con odio a Isaac.
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