Cuando terminó de hablar, César alzó su pierna y lanzó dos patadas. Con dos estruendosos ruidos, las piernas de Fernando se rompieron. César lo soltó y Fernando se derrumbó en el suelo, cayendo de rodillas. Parecía como un perro salvaje con sus piernas rotas, lucía lastimero en extremo.
Todos los presentes estaban aturdidos por lo que sucedía. El único que no parecía inmutarse era Nataniel. Miró al moribundo Fernando y dijo con tono tranquilo:
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