En un despacho privado del Hospital Adventista, un hombre barrigón y ligeramente calvo de unos cuarenta años conversaba respetuosamente con un hombre de aspecto femenino. Aquel hombre de aspecto femenino no era otro que Jorge Zulueta, quien jugaba con el cortapapeles que sostenía mientras hablaba con tono impasible.
—Me he enterado de que tres trabajadores de las obras del Centro Comercial siguen en estado crítico debido al accidente. Deben someterse a cirugías craneales para salvar sus vidas.
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