Dentro de los Conquistadores, Boecio era conocido como el Dios de la Guerra de Ciudad de Acero. Por ello, siempre había sido arrogante y miraba con desprecio a los habitantes de Eurasia. En el momento en que Nataniel lo llamó perro, le hirvió la sangre al instante.
—¡Pequeño mocoso! ¿Tienes ganas de morir? —rugió Boecio.
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