Ladislao hizo una mueca. Nataniel estaba erguido y sus ojos parecían las estrellas en el cielo. Era un hombre que resultaba atractivo cuanto más se le miraba. Al examinar sus manos, Ladislao se dio cuenta de que los dedos de Nataniel eran largos y firmes, sin callos. No parecía ser un luchador entrenado, ni haber realizado ningún trabajo manual en su vida. Sin embargo, cuando Ladislao lo miró a los ojos, lo invadió un miedo inexplicable.
Los ojos de Nataniel eran tranquilos, como la calma del océano. No había ni una pizca de emoción en sus ojos mientras miraba de lleno a Ladislao. Los párpados de este último se movieron de repente y le entró un sudor frío. Por alguna razón desconocida, sintió una sensación instintiva de peligro cuando Nataniel estaba frente a él y no se atrevió a tocar su revólver.
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