Los ojos de Said se abrieron de par en par mientras su mandíbula caía de sorpresa.
Anubis tampoco estaba mejor. Parecía petrificado y en su rostro era evidente una mirada de incredulidad. Todos los rostros de los mercenarios se tornaron cenicientos y estaban por completo desesperados. Muchos de ellos soltaron sus armas, se sujetaron la cabeza con incredulidad mientras daban unos pasos hacia atrás y murmuraban:
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