Más de diez altos y fornidos seguidores de la familia Hermida fueron los primeros en lanzarse hacia Nataniel como lobos hambrientos. Su intención era atacarlo con fuerza y determinación para acabar con él, sin embargo, Nataniel no parecía inmutarse por la gente que se abalanzaba sobre él y permanecía sentado en su silla con tranquilidad.
César, que estaba al lado de Nataniel, ordenó en un tono gélido:
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