Mino estaba conmocionado y furioso. La alianza humana, que acababa de ser derrotada y despachada en desorden por Herodes, había escapado a más de trescientos kilómetros de distancia. Sin embargo, Mino no esperaba que Nataniel fuera arrogante y hablara con semejante actitud. Al principio, quiso arremeter contra él, pero acabó dándose cuenta de que algo no iba bien. El apuesto hombre sentado en el asiento principal no tenía los rasgos faciales de un adruniano, sino de un aplothiano. Preguntó asombrado:
―Tú no eres Misael. ¿Quién eres tú?
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