En el momento en que dio esa orden, las expresiones de los rostros de Filo y los otros tres mariscales cambiaron drásticamente.
Uno a uno, se arrodillaron en el suelo, resignados a su destino mientras aguardaban una muerte inminente. Los paladines y sabios presentes en la sala siguieron su ejemplo, cayendo de rodillas y suplicando clemencia en nombre de los cuatro mariscales.
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