Sorprendido por las palabras de Nataniel, el furioso Romualdo solo pudo quedarse callado con la boca abierta mientras su rostro se ponía aún más rojo. Enojado, Romualdo dio vueltas a los hechos en su cabeza. Nataniel era el General del Norte, eso era indiscutible. Y ahora, si él seguía reconociendo a Amaya como miembro permanente del Ejército del Norte, no tenía ningún poder para arrestarla aunque de verdad hubiera cometido el crimen en cuestión.
Todas las ramas del ejército tenían sus propios departamentos disciplinarios para supervisar personalmente cualquier incidente. De verdad no era de su incumbencia. Nataniel miró de manera despectiva a Romualdo.
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