Nataniel ni siquiera miró a Andrés a los ojos. Sus ojos estaban clavados en Bartolomé y Leila, que estaban atados, se acercó para liberarlos, pero los dos hombres con látigos de cuero le impidieron el paso. Uno de ellos se burló de Nataniel:
—¡Oye, el Señor Sosa te está hablando!
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