César condujo a Falco y a sus hombres a una funeraria destartalada para recuperar el cuerpo de Carlo. Justo después, huyeron de vuelta al Oeste en condiciones deplorables. Cuando Calixto vio el cadáver de su hijo menor, no logró contener un gemido de angustia y gritó:
—¡Pobre hijo mío!
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