Capítulo 3 Pronto llegará la hora de la venganza
—¡Cómo te atreves a pegar a mi hijo, p*rra! ¡Te daré una paliza!
Sin dar a Penélope tiempo para dar explicaciones, la Señora Zárate levantó su carnoso brazo y lo blandió hacia el delicado rostro de Penélope.
Penélope Sosa trató de explicar la situación a la Señora Zárate, pero el comportamiento de la Señora Zárate era simplemente prepotente, hasta el punto de ser bárbaro. La Sra. Zárate parecía ser el tipo de mujer que levantaría la mano por un capricho.
Tomó a Penélope por sorpresa y esta no pudo esquivar la agresión a tiempo. El carnoso brazo de la Señora Zárate se sacudió por la fuerza y su palma estuvo a punto de golpear el rostro de Penélope.
Nataniel intervino en el momento justo. Sujetaba a Reyna con su brazo izquierdo, cuando al instante extendió su brazo derecho para agarrar la muñeca de la Señora Zárate.
La rechoncha palma de la Sra. Zárate estaba a escasos centímetros del rostro de Penélope. Aun así, quedó inmóvil en el aire como si se hubiera congelado. Su palma era incapaz de avanzar.
¡Zas! Antes de que ella siquiera lo notara, Nataniel retiró su mano en un instante y al siguiente le dio una dura bofetada en la cara. Nataniel la abofeteó como si estuviera aplastando a un molesto mosquito. La bofetada fue de tal magnitud que casi la hizo ver las estrellas.
Su cabello, que había sido arreglado en un elegante peinado, estaba ahora despeinado.
Miró incrédula a Nataniel mientras se cubría la mejilla hinchada con la mano.
—¿Cómo te atreves a abofetearme de esa manera? —gritó.
—Te lo mereces por ser un pésimo modelo para tus hijos. ¿Cómo puedes tratar a los demás con tanta insolencia, sin siquiera molestarte en descubrir la verdad del asunto?
Mientras tanto, la profesora volvía de su receso en el baño.
Estupefacta por el repentino estallido de los acontecimientos, se apresuró a acercarse con presteza y trató de aplacar a todos:
—¿Está usted bien, Señora Zárate?
La Señora Zárate apenas se recuperaba de la conmoción que le produjo la bofetada de Nataniel. Se quitó de encima a la profesora y le gritó histéricamente a Nataniel:
—¿Tienes el valor de abofetearme? ¿Intentas morir? Espera a ver qué será de ti.
Dicho esto, sacó su teléfono y marcó un número.
Al cabo de unos minutos, el chirrido de los neumáticos de varios autos llegó desde el exterior del salón. Dos Mercedes Benz entraron a toda velocidad en el recinto de la guardería y atravesaron la entrada a una velocidad relámpago. Se detuvieron de repente al llegar al edificio de las aulas.
Cinco hombres vestidos con trajes elegantes se bajaron de ambos autos. Su líder era un hombre corpulento con un rostro contorsionado por la amenaza y la crueldad. Irrumpió en el aula, flanqueado por cuatro guardaespaldas y rugió como una bestia salvaje:
—¿Quién era el idiota que había intimidado a mi mujer y a mi hijo?
—¿Por qué tardaste tanto en llegar, cariño? —La Sra. Zárate se emocionó al ver su repulsivo rostro. Se acercó a él como un pavorreal inflado, con sus gordas caderas balanceándose de un lado a otro—. ¿No sabes que de haber tardado más podría habernos matado a golpes?
El hombre lanzó una mirada bestial alrededor de la habitación y exigió:
—¿Quién es el idiota que tuvo el valor de golpear a mi esposa? ¿Acaso no sabe quién soy? Soy Guillermo Zárate.
«¿Este hombre es Guillermo Zárate?».
La mirada de preocupación en los ojos de Penélope se intensificó al escuchar el nombre. Notorio en Ciudad Fortaleza por su riqueza y estatus, era un personaje despiadado y cruel.
La Señora Zárate señaló hacia Nataniel y Penélope.
—Esa es la enfermiza pareja que nos intimidó, cariño —se burló—: Exijo que los hagas compensarme con una fuerte suma o me iré con nuestro hijo y te dejaré para siempre.
Guillermo Zárate entornó los ojos y se burló:
—Eso es pan comido para mí, querida. Abofetearé a la mujer hasta que pierda todos los dientes. En cuanto al hombre, le cortaré la mano que le pegó.
El niño gordo gritó emocionado:
—Papá, no te olvides también de su hija, Reyna. Quiero que le des una paliza por acosarme.
Guillermo Zárate sonrió mientras acariciaba la cabeza de su hijo.
—Claro, mi niño. La ataré con una correa y la haré arrastrarse por el suelo para que la trates como a un perro.
Como si las palabras de Guillermo Zárate fueran las más bellas arias para sus oídos, su esposa se desmayó de alegría mientras su gordo hijo aplaudía extasiado.
Todos en el jardín de niños, incluidos los profesores y los padres que habían venido a buscar a sus hijos observaban con horror desde la distancia. Todos sintieron pena por Nataniel y su familia al escuchar la declaración de Guillermo.
Como si hubiera quedado tallado en piedra: «no ofenderás a Guillermo Zárate a menos de que te sientas suicida».
Incluso Penélope se estaba preocupando. Dio un paso adelante y trató de explicar:
—Por favor, déjeme explicarle el asunto, Sr. Zárate. Mi nombre es Penélope Sosa, soy de la familia Sosa. Todo esto es un malentendido.
—No me vengas con esas tonterías, no necesito ninguna explicación —Guillermo Zárate resopló—: Nadie se atreve a desafiarme. Lo que cuenta es mi palabra. Además, ¿qué es la familia Sosa para mí? No pierdas el tiempo tratando de intimidarme con esa patética familia tuya. Y no creas que yo también desconozco tu deshonroso pasado. Eres la hija desvergonzada de la familia Sosa, que se acostó con tantos hombres quiso y sin estar casada, dio a luz a una malcriada. Deberías agradecer la bendición de que tu viejo aún te considere de la familia. ¿Cómo te atreves a hacer que un imb*cil como este intimide a mi mujer? Hoy voy a darte una maldita lección en nombre de tu familia, ¡y me aseguraré de que sea la más dolorosa de tu vida! —Guillermo Zárate gritó a sus cuatro guardaespaldas—: ¿Qué están esperando? ¡Muévanse!
—¡Entendido, jefe!
Los cuatro dieron una respuesta sincronizada y se abalanzaron ferozmente sobre Nataniel y su familia.
—¡Vete al infierno! —gritaron.
Una fría chispa brilló en los ojos de Nataniel mientras se dirigía a Penélope:
—Cubre los ojos de Reyna, no dejes que vea esto.
Penélope se quedó con el significado de su instrucción, pero pronto se dio cuenta de lo que iba a hacer. De inmediato cubrió los ojos de Reyna con su mano. Nataniel se adelantó y le dio un golpe de gracia al primer hombre que se abalanzó contra él.
¡Bum!
¡Zas!
¡Cataplún!
Con unos cuantos golpes, los hombres cayeron al suelo sucesivamente, como fichas de dominó. Todos los presentes jadearon asombrados por la agilidad y la agresividad de Nataniel. Luego se dirigió directo hacia Guillermo Zárate. Apretando su mano en el hombro de Guillermo, ordenó con dureza:
—¡Arrodíllate!
Su mano pareció pesar como una tonelada de ladrillos sobre el hombro de Guillermo y éste cayó de rodillas.
¡Tras! Las rodillas de Guillermo Zárate se estrellaron contra el suelo y sus facciones se retorcieron de agonía.
¡Zas! Antes de que pudiera gritar, Nataniel le propinó una serie de estruendosas bofetadas en ambas mejillas. La cara de Guillermo Zárate comenzó a hincharse mientras que de las comisuras de sus labios escurría y goteaba sangre.
—¡Tienes mucho valor para golpearme así! —Miró fijamente a Nataniel con una mirada venenosa—. ¡Espera a saber con quién te enfrentas, pequeño monigote! —escupió—. ¿No sabes quién es mi jefe? Es alguien que puede aplastarte como a una cucaracha por ponerme una mano encima, ¡es Tomás Dávila! ¡Créeme, puedo hacer que tu mujer y tu hija perezcan con una sola llamada!
«¡Sí, Tomás Dávila! ¡El todopoderoso Tomás Dávila!»
Tomás Dávila era el capitán de las Fuerzas Armadas del Distrito Este. Se podría decir que lo consideraban el jefe militar del Distrito Este. Despiadado y rapaz, era infame por hacer la vista gorda ante los vicios de los asquerosos ricos. Guillermo Zárate siempre se había congraciado muy bien con él. Por ello, Tomás lo consideraba uno de sus hombres de confianza.
Todos le lanzaron una mirada de simpatía a Nataniel cuando oyeron la mención de Tomás Dávila, temiendo lo peor para Nataniel y su familia. Estaban convencidos de que Nataniel pronto estaría condenado mientras murmuraban una oración por él.
Aunque estaban impresionados por las sublimes habilidades de Nataniel, simplemente no había manera de que pudiera defenderse contra un ejército. Se lamentaron del triste destino de Nataniel. En lugar de perder una pierna, ahora le costaría la vida. Penélope no estaba menos preocupada que el resto mientras lo observaba desde lejos con Reyna en brazos. El giro de los sucesos reflejó la inquietud que invadía su hermoso rostro. Nataniel seguía sin intimidarse ante las amenazas de Guillermo y sus ojos adoptaron una mirada gélida mientras se burlaba:
—Suena demasiado bien para ser verdad.
—¿Crees que miento? —Los ojos de Guillermo se volvieron saltones en sus cuencas y pareció que se saldrían por completo mientras miraba de forma amenazadora a Nataniel—. Déjame hacer esa llamada, y apuesto a que estarás llorando como un bebé dentro de diez minutos. ¡Haré que desees no haber nacido!
¡Bum! Apenas había terminado la frase cuando le lanzaron algo a la cara. Era un teléfono móvil robusto y resistente a los golpes. Guillermo miró al teléfono y luego a Nataniel, con cara de sorpresa.
—Tienes diez minutos para pedir ayuda —dijo Nataniel con indiferencia—. Moviliza a todos tus hombres y muéstrame lo que tienes. Asegúrate de traer todas tus grandes armas para defenderte. Ya sea que vengas contra mí o contra mi familia, ¡dame tu mejor tiro!