En otros tiempos, Fabrizio Lombardi servía al maestro de Nataniel, Libardo Mancini, y siempre llevaba consigo su espada a donde iba. Nataniel nunca imaginó que se encontraría con Fabrizio en un lugar como ese y estaba eufórico por la maravillosa coincidencia. En un abrir y cerrar de ojos, su cuerpo desapareció en un instante antes de reaparecer a unos cientos de metros. Su movimiento fue tan rápido que resultó indetectable a simple vista. Fabrizio solo vio un borrón antes de que Nataniel apareciera justo delante de él.
—Señor Lombardi, en verdad es usted —comentó Nataniel, encantado.
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