Los acontecimientos de aquel día sacudieron la anárquica Isla Luna Creciente. Todos los habitantes de la ciudad, en especial los forajidos, palidecieron y temblaron al ver la flotilla de barcos de guerra que se acercaba desde el mar. Durante todo este tiempo, habían asumido que se encontraban en un refugio fuera del alcance del largo brazo de la ley. En consecuencia, la anarquía rampante permitió que el saqueo y el asesinato se convirtieran en una forma de vida para ellos. Sin embargo, por fin se dieron cuenta de que alguien había venido a pedirles cuentas.
La mayor banda de piratas de la isla, la banda de Barbanegra, había sido derrotada en cuestión de minutos, y su base convertida en cenizas. La devastación resultante desató el pánico entre los forajidos de la ciudad. Contemplaban temerosos los buques de guerra que se acercaban y temían acabar corriendo la misma suerte que la banda de Barbanegra. Entre ellos había un anciano manco que se sorprendió al ver que los buques de guerra pertenecían a la armada de Eurasia.
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