El hombre de la barba y sus hombres no apartaban la mirada de Edmundo, cuyo rostro estaba en extremo hinchado por la bofetada. Además, le faltaban unos cuantos dientes. Algunos hombres se sostuvieron los unos a los otros y gimieron:
—¡Joven Señor Alcázar! ¡Sigue vivo!
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