Aunque había derrotado a todos los guardias, César siguió avanzando hacia Manfredo y Ovidio con una mirada asesina en sus ojos. La sed de sangre que brillaba en los ojos de César hizo que Manfredo se estremeciera de miedo.
Ovidio agitó su móvil en el aire. Con voz temblorosa, le advirtió a César:
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