Lo que Miranda y Clodio no sabían era que los infames hackers yetronianos de Jalapa estaban tirados en un charco de sangre. César, que llevaba un bidón de gasolina, empezó a verter la gasolina sobre los cuerpos de los hackers y su oficina. A continuación, sacó un mechero de metal y encendió el cigarrillo en su boca antes de arrojar el aparato al suelo. En un abrir y cerrar de ojos, el fuego arrasó la oficina de los hackers. Tras destruir los cuerpos y las instalaciones de la oficina, César se dio la vuelta y se marchó. Sacó su móvil y dio instrucciones a sus hackers:
—Es hora de vengarse. Revelen todos los sucios secretos de Miranda en la gran pantalla cuando esté dando su discurso.
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