No mucho después, unos automóviles negros llegaron al lugar. Un hombre regordete, de mediana edad e imponente, bajó del auto con sus subordinados. Tenía una mirada fría y penetrante y desprendía un aura poderosa.
Cualquiera podría decir que estaba acostumbrado a que lo alabaran y que era el tipo de líder que tenía poder sobre la vida y la muerte de alguien. El hombre era Odilio Sosa, quien, aunque no era un oficial de alto rango, tenía poder absoluto en el centro de detención de Ciudad Fortaleza. Nadie se atrevía a enfrentarse a él.
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