Nataniel se movía entre la multitud enemiga, derribaba a un enemigo con cada ataque. En un abrir y cerrar de ojos, más de un centenar de élites estaban tirados en el suelo. Romualdo y Nicandro se miraban el uno al otro, ambos con pánico interior. «¿Cómo es que este Dios de la Guerra es tan poderoso?».
El hecho es que todos los hombres que cayeron ante Nataniel eran las élites de sus respectivos países, cada uno de ellos era el rey dentro de su ejército. Pero frente a Nataniel, estos reyes no eran más que adornos.
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