Albertano tenía los ojos desorbitados, pero lo único que podía hacer era ver cómo el puño de Taurino se acercaba cada vez más. Antes de que los puños de Taurino cayeran sobre él, ya podía sentir el viento resultante del puñetazo, arañando sus mejillas.
Su rostro estaba lleno de horror mientras su corazón se hundía en la desesperación, «¡este es mi fin!».
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