—Muy bien, entonces —dijo Silvina con una risita―. Si es un secreto, no lo pondré en situación de divulgarlo. Señor Mayorga, resulta que conozco una cafetería no muy lejos de aquí con un ambiente agradable. Permítame invitarle un café por haber chocado con usted hace un momento.
Rayan estaba extasiado. «Ese adivino es una suerte. Me dijo que me encontraría con desastres catastróficos al venir a Brimmopolis. Ahora mismo parece que mi suerte apenas está comenzando».
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