Nataniel abrazó a su mujer. Penélope apoyó la cabeza en su pecho. Sus hombros temblaban mientras sollozaba. Nataniel la arrulló con dulzura y suavidad durante mucho tiempo. Poco a poco, las emociones de Penélope se fueron calmando y ya no sollozaba. Levantó la cabeza, todavía tenía lágrimas en los ojos y su voz era gruesa cuando dijo:
―Marido, no quiero que nos separemos...
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