Penélope, Bartolomé, Leila, Carmen y Amaya estaban caminando en círculos por la casa como gatos sobre ladrillos calientes después de que Nataniel fuera llevado a la estación de policía.
—¡Arturo Ríos debe de estar loco! ¿Cómo se atreve a darle órdenes al General? —se quejó Amaya—. Voy a llamar a Fuego justo ahora. ¡Estoy segura de que Arturo mojará los pantalones cuando el Comandante del Ejército del Norte vaya por él!
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