Todos los dioses de élite, incluido el Dios Rey, tenían los ojos fijos en Helios. Todos esperaban que el hombre les contara una trágica pero grandiosa historia heroica.
Sin embargo, Helios permanecía arrodillado en el suelo con la cabeza gacha y el sudor salpicándole la cara. Tartamudeaba, esforzándose por formular sus palabras.
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