El terreno del Altar Divino era sin duda complejo. El lugar albergaba un poderoso campo magnético natural, y la mayoría de los dispositivos de comunicación perdían sus señales en la zona. Además, las brújulas giraban sin control, y ni siquiera los aviones se atrevían a sobrevolar los cielos de la región.
En ese momento, la voz de Eugenio IV resonó a lo lejos como un trueno apagado, haciendo que los miembros de la Curia que estaban detrás de él se arrodillaran devotamente en el suelo. Extrañamente, parecía como si estuvieran anticipando algo.
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