Antes de que nadie se diera cuenta, había pasado media hora desde el comienzo de la batalla.
Tanto los Guerreros Infernales como los esclavos sufrieron muchas bajas. El Cañón del Fuego Infernal se había convertido en una picadora de carne. Parmin, que observaba desde el cañón, no pudo evitar fruncir el ceño.
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