Los ojos de Gonzalo se iluminaron al ver a la hermosa mujer. Extendió los brazos y jaló a Rebeca a sus brazos y sonrió:
—¡Ja, ja! Oye, bonita, ¿por qué lloras? Aunque soy vicioso y despiadado, nunca le haré daño a las bellezas como tú. No tengas miedo.
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