En el auto, Penélope y Reyna seguían en un profundo sueño debido a los efectos de la medicina. La madre y la hija eran ajenas a la despiadada y sangrienta guerra que se había desatado antes afuera. Sin embargo, Carmen, que lo había presenciado todo, miraba a Nataniel con admiración y respeto. Sus ojos brillaban como si dijeran: «¡Nataniel es el mejor!».
Los suegros de Nataniel se alegraron mucho de verlo a él y a su familia cuando regresaron a Ciudad Fortaleza ya muy noche. Al día siguiente, Reyna fue a la guardería como de costumbre. Del mismo modo, Penélope y Carmen fueron a trabajar al Grupo Cruz. ¡Era como si no hubiera pasado nada!
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