—¿No decían que eran los dueños de Alameda? ¿Qué? ¿Tienen miedo ahora? —se burló Patricio—. ¡Discúlpense con el Señor y la Señora Cruz en este momento! ¡Me encargaré en persona de ustedes dos si no les gustan sus disculpas!
Ferdinando y sus seguidores se giraron con premura para rogarles.
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