La multitud reunida condenaba en silencio la actitud de Sarmiento. La cara de Penélope se puso blanca como el papel al verse en aquella encrucijada. No podía decir que sí a las condiciones de Roger y al mismo tiempo era imposible pedirle a Nataniel que se disculpara arrodillado y, mucho menos, que le lamiera los zapatos. Sin embargo, nadie más podía salvar a los tres pacientes en estado crítico. Sería como si ella los dejara morir si tomaba la decisión incorrecta. «La culpa me perseguirá eternamente».
El rostro se le puso de todos los colores, el cuerpo le temblaba por la tremenda presión y se sentía abrumada ante tal dilema. En ese momento, Nataniel la tomó de la mano y le procuró la fuerza que necesitaba.
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