En un edificio a unos cientos de metros de la obra del Centro Comercial Asiático, Jorge Zulueta estaba de pie frente a un ventanal, en una habitación de la última planta. Con el teléfono en la mano, miraba hacia la construcción. Entrecerró los ojos y habló por el teléfono, con rostro satisfecho:
—Ya lo vi, Miguel. Ya te transferí un millón a tu cuenta. Por ahora, sal de Ciudad Fortaleza y escóndete.
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