Cainán tenía las tripas revueltas por el impacto del puñetazo de Nataniel, y la sangre le corría por los labios, miró a Nataniel con incredulidad, pero lo único que vio fue a un hombre relajado, como si el puñetazo no le hubiera afectado demasiado.
«Veo que por algo te llaman el Dios de la Guerra. Quizá te subestime, pero ya no. Voy por todas, y la verdadera batalla acaba de empezar». Se movió a una velocidad casi imposible y apareció delante de Nataniel.
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