Todos los subordinados que rodeaban a Barbanegra miraron a Nataniel y se llevaron las manos a la pistola o al sable que llevaban en la cintura. En ese momento, el ambiente empezó a volverse tenso. Incluso Amaya, que parecía indiferente, se tensó y se preparó para luchar. En cambio, Nataniel permanecía tranquilo sentado en la silla. Se sacudió la ceniza del cigarrillo que tenía en la mano, se enfrentó con calma al interrogatorio de Barbanegra y dijo riendo entre dientes:
—¿Esto necesita siquiera una explicación? Es evidente que son falsos.
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