Durante la cumbre, Benjamín luchó con más de veinte expertos de las nueve naciones. Aunque había más heridas en su cuerpo, todas ellas todavía goteando sangre fresca, seguía de pie con una lanza en la mano. Jadeando, contempló los cadáveres esparcidos por el suelo y rugió a Maciel y al resto:
—¡Vamos!
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