A pesar de la exigencia de su media hermana, Yésica no se sintió intimidada en absoluto; en cambio, hizo una mueca de desprecio antes de caminar hacia el escritorio. Justo en ese momento, Sonia apretó los puños y bramó con una voz cargada de rabia:
—Yésica, ¡qué atrevida eres!
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