La vista lamentable de la mujer hizo que Tobías sintiera más ganas de torturarla que nunca. Sin embargo, sabía que ya no podía soportar que la tratara con severidad, así que no tuvo más remedio que respirar profundo y reprimir la necesidad de continuar acosándola. Pasó la mano por el ardiente rostro de Sonia mientras decía con voz grave:
—¿A quién le pertenezco? Dime tu nombre. ¿Cómo se supone que lo sepa si no me lo dices?
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