Capítulo 11 No tiene esa bendición
Sonia solo se sentó en el auto de Tobías y no hablaron en lo más mínimo durante el trayecto. Pronto llegaron a la vieja mansión de la familia Furtado. Rosa Furtado vivía en los suburbios. Le encantaba la tranquilidad; a menudo meditaba y rezaba, y solo unas pocas mujeres la atendían.
Sonia pudo oír la tos de la anciana a lo lejos. El rostro de la señora era pálido y no parecía gozar de buena salud.
—Ve y quédate junto a la puerta —ordenó Rosa en tono frío a su nieto y luego, llevó a la joven al interior de la casa.
—Quién iba a pensar que, al poco tiempo de irme, ocurriría algo tan importante. Sonia, esta vez fuiste demasiado impulsiva.
Sabía que la anciana se refería a su divorcio con Tobías. Avanzando despacio, tomó la mano de la anciana, por lo general fría, y sonrió un poco.
—Gran señora Furtado, debería alegrarse por mí. Por fin puedo ser yo misma, ¿verdad?
La anciana miró a su nieto, que estaba afuera, con un leve dolor en la mirada, y se giró viéndose algo triste.
—Tobías, ese niño tonto. ¿Cómo pudo dejar ir a una esposa tan buena como tú? Y ahora, ¡hasta te has dirigido a mí como la «gran señora Furtado»!
Sonia se sobresaltó y pudo sentir cómo se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Abuela.
Rosa palmeó el dorso de la mano de la mujer.
—Sonia, doy fe de tus sentimientos por Tobías durante estos años. ¿De verdad puedes dejarlo ir?
—No tengo otra alternativa que dejarlo ir, abuela.
La joven sintió amargura en su corazón. «¿Y qué si no puedo dejarlo ir? Ya es suficiente».
La anciana la abrazó y le acarició con suavidad la espalda para reconfortarla.
—No te culpo por divorciarte de Tobías. Sabía que este día llegaría tarde o temprano. Es él quien no tiene la suerte de estar contigo.
Sonia se apoyó con calma en los brazos de Rosa. En los últimos años en la familia Furtado, la mujer fue la única que mostró amabilidad hacia ella. Jorgelina y Tomás no se atrevían a meterse con ella cuando Rosa estaba cerca, y siempre tenían que ser cautelosos a su alrededor, por lo que Sonia la había considerado como su familia durante mucho tiempo. No lamentaba el divorcio, pero era una pena que no pudiera cumplir con su deber filial a su lado.
—Sonia, vi a Tobías crecer y entiendo su personalidad. Si un día quiere que vuelvas, ¿volverás con él?
La anciana se resistía a dejar marchar a una nieta tan buena, y desde luego esperaba que los dos estuvieran juntos en el futuro. Sin embargo, Sonia no era tonta: sabía que solo Tania podía ablandarlo, no ella, y sus labios se crisparon.
—Pero, abuela, él no me quiere; debería haberme dado cuenta hace seis años.
Rosa también parecía haberse dado cuenta de algo mientras su expresión se volvía triste y apagada.
—Abuela, no importa si soy su nieta política o no, aun soy la antigua Sonia, y siempre la respetaré. —Extendió la mano y acarició el cabello de Rosa con una sonrisa—. Por favor, sea siempre feliz y manténgase sana, ¿sí? No se preocupe por nada más.
Tobías solo permaneció en silencio afuera, sabía el tipo de relación que tenían Sonia y Rosa. Aunque nunca quiso a la mujer durante todos esos años, no podía negar el hecho de que la trataba muy bien, tanto como a sus propios hijos, en caso de que los tuviera. Aunque Jorgelina y Tomás no fueran buenos con ella, también los había cuidado. Tras enterarse de que Sonia había causado el accidente de auto de Tania, se sintió disgustado, pero optó por dejarla marchar porque de verdad trataba a Rosa con sinceridad. Podría considerarse su último acto de bondad hacia ella.
Después de un largo rato, las dos salieron de la casa.
—Sonia, no dudes en venir a verme en el futuro cuando quieras. Me temo que solo me quedan unos pocos años de vida.
—¡No diga eso! Podría vivir hasta los cien años, y prometo que vendré a verla a menudo.
—Déjame llevarte —ofreció Tobías al adelantarse.
—No es necesario, alguien me pasará a buscar —declinó la joven de inmediato y, dándose la vuelta, se dirigió hacia el Maybach negro que ya había llegado.
La mirada de Tobías se apagó cuando vio que se trataba de Carlos y Ciro. La cálida escena de los tres hablando y riendo era inexplicablemente dura de ver.
Rosa tosió un par de veces y jadeaba un poco.
—Ya soy mayor y no puedo meterme más en tus asuntos, pero Tobías... espero que no te arrepientas.
La mujer, que siempre lo había adorado, ya estaba muy decepcionada y no quería mirarlo más. Luego volvió a entrar en la casa con la ayuda del sirviente.
Tobías se quedó solo en la puerta mientras volvía a tener una expresión indiferente. «¿Arrepentirme? Nunca».