Capítulo 2 No volveré a tolerarte
Tobías accedió a la petición de Sonia solo porque los médicos estaban seguros de que Tania no tenía ninguna posibilidad de despertar. Sin embargo, él siempre se mostró indiferente y distante con ella.
—Soy tu esposa. —Sonia alzó su mentón y fijó su mirada en él sin inmutarse—. ¿Por qué debería mudarme y ella venir a vivir aquí?
De inmediato, Tobías la inspeccionó mientras su expresión se ensombrecía y la oscuridad de sus ojos se volvía más y más aterradora.
—¿Por qué? Porque, según Tania, ¡fuiste tú quien la chocó hace seis años!
Sonia se sobresaltó por un momento y, luego, una sonrisa amarga se dibujó en su rostro.
—¿Y si dijera que no fui yo? ¿Me creerías?
Tobías se acercó a ella paso a paso hasta arrinconarla.
—¿Crees que voy a creerte? —gruñó con desprecio. Fijó en ella sus ojos oscuros, que solo reflejaban su desagrado—. Eres una mujer con una mente enferma. ¡No puedo esperar para devolverte el sufrimiento de Tania cientos y miles de veces!
La expresión en el rostro de Tobías desbordaba de desprecio y al ver la crueldad en sus ojos, Sonia se sorprendió.
Habían pasado seis años; pensó que sería capaz de romper sus defensas, aunque fuera un poco, pero su corazón aún era un témpano de hielo.
—¡No hice tal cosa! —Sonia apretó los labios con fuerza.
Tobías la miró de forma condescendiente y con frialdad, sin siquiera un dejo de calidez en ellos.
—Eres una mujer inteligente. Deberías saber qué hacer.
Al terminar de hablar, se alejó, y dejó la habitación desbordada de soledad.
Sonia se miró al espejo, pálida y agotada; no pudo reconocer a la persona en el reflejo.
Era una persona con tanto respeto hacia si misma al principio, pero después de esa relación, se apagó por completo.
«Qué ridículo». Pasado un largo tiempo, dejó escapar un suspiro de alivio poco a poco. «Ya es hora de que me libere…»
A la mañana siguiente, Tobías llevó a Tania al hospital para un control médico.
Sonia se mantuvo de pie frente al espejo. Se quitó el delantal que había usado durante seis años, se colocó un vestido blanco y bajó con su maleta.
Cuando bajó, Tomás veía televisión con las piernas cruzadas y, al notarla, levantó la vista.
—¡Oye! ¿A dónde vas? —gritó.
Al oírlo, Sonia solo lo miró por un instante y luego lo ignoró mientras caminaba directo hacia la puerta. Al ver su accionar, Tomás se precipitó hacia delante y sujetó su equipaje con una mirada de desprecio.
—¿Eres sorda? ¿No escuchaste lo que dije? ¿Limpiaste la habitación? ¿Y el desayuno? ¿A dónde crees que vas?
Solo era un chico de dieciséis años y, no solo no respetaba a su cuñada, sino que incluso se atrevía a darle órdenes y a quejarse.
—Escucha, pequeño desgraciado —dijo Sonia con expresión de desprecio mientras removía los dedos del joven de su equipaje uno por uno—. A partir de ahora, ya no volveré a tolerarte.
—¡Madre! ¡Madre! ¡Ven aquí! ¡Esta zorra me está maltratando! —gritó él a propósito, a pesar de que ella no había usado demasiada fuerza.
—¿Qué sucede, Tomás?
En cuanto Jorgelina bajó a echar un vistazo, su rostro se puso rojo al instante y regañó y golpeó a Sonia con un plumero.
—¡Dios mío! ¿Cómo te atreves a maltratar a mi hijo, zorra? ¡Voy a matarte!
No es que esa anciana no la hubiera golpeado en el pasado. Sonia solía a decirse a sí misma que tenía que soportarlo por el bien de Tobías, pero en esa oportunidad…
En un instante, Sonia sujetó el plumero y, después de un fuerte tirón, lo arrojó al suelo.
—¡No te atrevas a tocarme otra vez! —dijo con voz de desprecio.
En ese instante, Jorgelina quedó perpleja por su reacción.
—Sonia Reyes, ¡¿estás loca?! —gritó la mujer tras volver en sí—. ¡Haré que mi hijo se divorcie de ti!
En el pasado, por el bien de la abuela de Tobías, Sonia siempre intentaba evitar los conflictos con Jorgelina, y también porque no quería que Tobías la odiara por eso. Antes estuvo asustada, pero, en ese momento, ya no le preocupaba en absoluto.
—Haz lo que quieras —dijo Sonia en voz baja.
Sin importarle los gritos de aquellos a sus espaldas, salió de la residencia de los Furtado con una maleta.
Segundos más tarde, un Ferrari rojo se detuvo frente a la puerta principal.
—¡Hola, muñeca! —Saludó un hombre apuesto dentro del auto—. ¡Súbete!
Sonia se subió al auto y ambos se alejaron juntos.