Sonia no podía parar de llorar. Tobías esbozó una débil sonrisa que, junto con el rostro pálido y el cuerpo empapado, hacían que, de alguna manera, se viera hermoso en lugar de miserable. Levantó la mano derecha y le limpió las lágrimas con delicadeza con el dedo índice. Luego, dijo con la voz ronca:
—No llores. No te ves linda cuando lloras.
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