Capítulo 4 El joven
Cuando se subió al auto, de nuevo se convirtió en la Sonia elegante y segura.
—Unos cuantos hombres atractivos llegaron a Celestial hoy. ¿Te gustaría ir a dar un vistazo? —Carlos se rio entre dientes.
El nombre «Celestial» se tomó de la palabra «celeste», que significaba «proveniente del cielo»; era un lugar de entretenimiento y felicidad; hacía que las personas se sintieran como si estuvieran en el cielo.
—¿Estás loco? Acabo de recuperar mi soltería. —Sonia estaba estupefacta.
Él parpadeó y fingió ser misterioso.
—No, en realidad, alguien quiere verte.
—¿Quién?
—Tú también conoces a esa persona, lo sabrás cuando lleguemos.
Ella lo consideró por un instante y asintió.
—Está bien, entonces.
Carlos tenía una sala privada exclusiva en Celestial y, luego de que ambos ingresaran, la persona que estaba en el sofá también se puso de pie y dio un vistazo. Era un veinteañero de rostro muy alargado y angular con cejas rectas y afiladas. Al verla, le brillaron los ojos.
—Hola, Sonia, al fin nos volvemos a ver.
Ella sentía que el joven que tenía en frente le resultaba familiar, pero no podía recordar dónde lo había conocido.
—¿No te acuerdas? Cuando tú y tu padre estuvieron en el condado de Jordan hace seis años, patrocinaste a un pobre estudiante.
Luego de que Carlos lo mencionara, de pronto, Sonia recordó quién era.
—¿Eres… Ciro Ledesma?
De repente, las cejas del joven se enternecieron y una encantadora sonrisa se dibujó en la comisura de su boca.
—Sí, así es.
Ciro era una persona muy locuaz. Sonia se enteró por Carlos de que Ciro era un modelo popular y hacía mucho tiempo había escapado de los suburbios y se había convertido en una celebridad que a menudo aparecía en toda clase de revistas importantes en Ciudad del Mar.
La vida de Sonia estaba colmada de la familia Furtado, por lo que rara vez le prestaba atención a la industria del entretenimiento y, como al fin se había desprendido de su miserable pasado, se sentía satisfecha y orgullosa de sí misma. Los tres estaban a punto de irse luego de charlar por un rato; sin embargo, en cuanto pasaron por la barra, una botella verde de vino voló sobre la cabeza de Sonia. De manera sorprendente, Ciro se movió más rápido que ella, la tomó en sus brazos y, con un golpe seco, la botella de vino le golpeó la espalda con fuerza.
—Sonia, ¿estás bien?
Ella estaba agradecida, se acercó y se apresuró a revisarle la espalda. Por fortuna, no estaba herido en lo absoluto y enseguida dirigió la mirada hacia la dirección de donde la botella había volado con una expresión despectiva. Resultó que era Tomás.
—¡Zorra! ¿Cómo te atreves a engañar a mi hermano?
Tomás bebía con un grupo de amigos y había visto que Sonia entró a la sala privada con dos hombres y solo salió después de mucho tiempo.
«¿Quién sabe qué actos indescriptibles hacían en la sala?».
Al ver que hablaban y se reían allí, la ira se apoderó del corazón de Tomás, por lo que arrojó la botella que sostenía hacia ellos. Al verlo, Carlos se arremangó y estuvo a punto de dar un paso adelante.
—Oye, parece que quieres que te den una paliza, ¿eh?
Casi al instante, Sonia lo tomó por la espalda.
—Yo me encargo —dicho eso, se acercó a Tomás paso a paso.
Él frunció los labios.
—Bueno, de todos modos, la botella no te golpeó.
El rostro de Sonia era inexpresivo y su mirada era tan tranquila que era aterradora.
—Llevo tiempo queriendo decirte unas cosas.
—¿Qué?
—¿Sabes lo fastidioso que eres? He estado casada con tu hermano por seis años; sin embargo, ni una sola vez te dirigiste a mí como tu cuñada, siempre me llamas «zorra». Tuve que encargarme de ti antes de que fueras a la escuela e incluso después. Pero lo único que hiciste fue señalarme con el dedo y decirme cosas desagradables. Maldita sea, has ido a la escuela durante diecisiete años, ¿no has aprendido nada?
Tomás frunció el ceño cuando escuchó que lo regañaba.
—Tú…
—¡Cállate! —Sonia lo interrumpió—. Me divorcié de tu hermano y ya no tengo nada que ver con tu familia. Con quien sea que esté de ahora en más es decisión mía y no tienes derecho a entrometerte. Si continúas provocándome, lo siento, pero tú, que eres menor de edad, tendrás que ir a la cárcel por beber alcohol.
Tomás se sonrojó de la vergüenza, con todas las palabras que quería decir atascadas en su garganta. Dicho eso, Sonia apartó la mirada y se volteó para irse.