Ahora que su plan estaba expuesto, Gerónimo quedó allí sentado sin poder moverse y avergonzado. Rosa, que vio que estaba aturdido, sonrió mientras palmeaba el dorso de la mano de María.
—Señor Lombardo, María tiene razón. Debería hablar de lo que piensa en lugar de dar vueltas. Ya estoy grande, así que no tengo ánimos para jugar a este juego con usted. Es como perder el tiempo.
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