Aunque la gerente y la vendedora no dijeron una palabra, se podía ver claramente el regocijo en sus miradas. Al ver que se atrevían a reírse así de ella, Ana estuvo a punto de estallar de ira, pero eso no era lo peor. Lo que más la enfureció fue que la tratara así; era la primera vez que se refería a ella de manera tan despectiva y, para ella, eso era una gran humillación.
—Entonces, no va a entregarme su vestido, ¿verdad? —Ana agarraba con fuerza los reposabrazos de la silla de ruedas al mismo tiempo que hablaba con voz tenebrosa.
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