Teo casi asesinó a Rosa por lo que le había dicho el día anterior, pero, aunque se había recuperado bien, seguía conmocionada; no tenía excusas y estaba dispuesto a asumir cualquier castigo que Tobías le impusiera. Al fin y al cabo, él era el culpable.
Tobías bajó la mirada autoritaria mientras observaba al hombre que se inclinaba ante él. Frunció los labios de forma tal que parecían una línea delgada y el ambiente se tornaba sombrío y serio; parecía que no iba a pedirle a Teo que enderezara su postura porque estaba en verdad muy furioso. Por un instante, la tensión en la entrada fue asfixiante y nadie se atrevió a decir una palabra. Aparte del sonido débil de la respiración, había un silencio ensordecedor que daba lugar al miedo; Teo era un claro ejemplo del terror que podía sentirse en esa escena.
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