Los demás empleados temían que, si disminuían el paso, Tobías lo notara y ¡pobre de ellos si eso ocurría! Por ese motivo, se apresuraron a retirarse del pasillo y dejaron a su compañero para que se enfrentara a la ira del presidente Furtado. Joaquín, el secretario, no se atrevió a mirar al hombre; mantuvo la cabeza agachada y temblaba un poco. Era obvio que Tobías lo había intimidado.
—¿Dijiste que tu esposa te dio un obsequio? —le preguntó luego de bajar la mirada para encontrarse con la suya.
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